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Ya no hay espacio en mis paredes para más palabras, ya no hay tinta ni sangre con la que escribir. Hace tiempo que no sueño, ni escucho lo que me movía.
Los espíritus que me acompañaban ya no hablan, y he aprendido a callar como ellos.
El ermetismo, los ataques furtivos, las respuestas anheladas y las mentiras necesarias para seguir llevando lo que toca llevar.
Y de vez en cuando pretender que otra mente pronuncie mi nombre sin saber que existe o quien lo hizo existir.
Subir en las coincidencias y bajar en las realidades, hasta que llegue el momento en el que el viento me empuje a un Sahara predispuesto a someterse a mis escenarios.
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